Si hay algo que me jode de verdad es que cuando la tarde languidece renazcan las sombras...

POR RUTAS IMPERIALES. Vicedo-Astorga. 354 Kmts.

Domingo, 19 de Agosto de 2007

VICEDO – VIVEIRO – RIBADEO – VEGADEO – PTO. DE LA GARGANTA (AS11) – PTO. DEL PALO – CANGAS DEL NARCEA – PTO. DE LEITAREGOS (AS213) – VILLABLINO – TORENO – STA. MARINA DEL SIL – (A-6) – ASTORGA


     Os escribo, niños y niñas, con las posaderas en íntimo contacto con el noble y viejo cuero de una recia silla castellana, desde la habitación del decadente y otrora lujoso Hostal Gaudí –ojo, tres estrellas-, frente a la broma que les gastó Gaudí al episcopado -¿puede que episcocado?- de Astorga. Bien es verdad que la ventana no da al palacio en cuestión, sino a un patio interior, eso sí, del propio hotel, y que por ella nos llegan los cánticos del ejemplar macho de la pareja de moteros italianos con los que hemos coincidido en el aparcamiento de la puerta descargando los bultos, pero aún así esto es un lujo asiático.

     Mientras el trasalpino berrea como un gorrino en celo, derrumbando el tópico de que los italianos están especialmente dotados para el bel canto, pienso que esto toca a su fín. Aunque todavía estemos en el tercer o cuarto coño, después del viaje con que he obsequiado hoy a mi señora –y, pese a ello, amiga-, me veo en la obligación moral de prometerle incluso peajes durante las próximas jornadas. El abultado fajo que prometía durar hasta primeros de noviembre –que ilusión hace llevar la pasta en billetes de diez...- ha menguado considerablemente, y todo ello sugiere una pronta vuelta al hogar.

     Pero hoy, en la monumental Astorga –casi como Nueva Zelanda-, se impone un nuevo frote de Visa; la peña Ráfagas ha llegado a Astorga. Todo el Ráfagas se aloja aquí. 


     Esta mañana, apenas amanecido –no eran ni las 12 de la mañana- hemos salido con viento fresco de Vicedo. Lo del viento fresco es literal. Según el mapa, la nacional que recorre el tupé de nuestra península es lo que ellos denominan una ruta pintoresca, y dado que es la única alternativa para avanzar algo más de cincuenta kilómetros dirección Este sin invertir todo el puto día, por ella nos encaminamos dirección Ribadeo. Elegir esta ruta, además, nos permite visitar la muy cacareada por todos playa de la Catedrales; los negrísimos nubarrones que tenemos todo el tiempo delante nuestro –cada vez mas cerca-  y el tiempo de mierda que hace aconseja y permite una visita detallada, aún con toda la impedimenta motera, al monumental fenómeno orográfico; la naturaleza, con su habitual falta de criterio, ha esculpido unas asombrosas –y grandes, muy grandes- formas catedralicias en la roca de los acantilados, en lugar de hacerlo en la amplia explanada de encima, o mejor en el centro del pueblo, facilitando así muchísimo la visita turística. Pero a pesar de este fallo, es cosa impresionante y bonita de ver, incluso viéndonos en la obligación de esperar la marea baja y cascarnos un montón de escaleras para apreciarlo debidamente.

     Damos la bienvenida a Asturies en Vegadeo, en el nacimiento de la ría de Ribadeo. Yo, de natural prudente y por quedar bien, cuelgo del cofre un cartel que reza “Hamilton ye maricón”, y nos paramos a tomar una cañita en la terraza de un bar. En las ventanas y entre las farolas cuelgan guirnaldas de banderitas rojigualdas y azules. Una buena porción de nativos van enfundados de azul, en cambio, ninguno va de rojigualdo. Casi mejor.


     A partir de aquí, iniciamos una larga ruta dirección Sur-Oeste que nos lleva por el Puerto de la Garganta, hasta Pesoz y Grandas de Salime, luego el Puerto del Palo hasta Cangas del Narcea, y por el Puerto de Letariegos hasta Villablino, donde nos cruzamos con la ruta de ida que recorrimos hace unos dias . Para este tramo no tengo palabras, solo pienso que he estado tirando el dinero en neumáticos hasta este momento de mi vida. Todos los mejores instantes moteros, lo mejor de cada puerto, cada bajada, cada cuesta que he recorrido nunca están aquí juntos, sin un solo metro de carretera desaprovechable.


     En la mitad de este tramo abandonamos por un momento el estado psíquico hecho de gasolina, goma de neumático y espiritualidad elevada en el que nos encontramos y recuperamos de golpe nuestra condición mortal: tenemos hambre y pipi. Y claro, después de haber pasado por innumerables lugares adecuados para satisfacer ambas necesidades, los desechamos todos y paramos en Berduceo.

     Berduceo es un cruce y tres casas no muy grandes adosadas unas a otras compartiendo un corto tramo de acera. La acera de enfrente, no existe.

     En la primera puerta, un cartel donde pone “cafetería” ha sido en realidad el motivo de mi elección como lugar de parada. Eso y que el pueblo anterior lo hemos dejado a 20 quilómetros de curvas demenciales, y el siguiente no tengo ni puta idea de a que distancia está. Está cerrado.

     La siguiente puerta, muy aparente, también dispone de su correspondiente rótulo: cafetería-restaurante. Coño, mejor. Empujamos la puerta y nos introducimos en el único restaurante de autor que probablemente hay en ciento cincuenta quilómetros de valles, picos, abismos y pastos. Las pocas personas que están tomando un sofisticado aperitivo a la espera de entrar en el lujoso comedor aprecian como es debido la elegancia de mi traje de agua sobre la ropa de verano que llevo puesto junto al forro polar de debajo y la braga sotocasco –todo es poco para la rasca inhumana que hace este 19 de agosto por estos lares-. Tona, siempre elegante de riguroso Dainesse y afelpada hasta las cejas, contribuye a la admiración general. Dejando cascos y sobredepósito sobre la elegante mesilla de recepción, me acerco al maître-propietario-cocineroautor y le pregunto si podemos comer algo –para picar, o bocadillos, puntualizo-. El cocineroautor, muy amablemente, nos manda a la mierda, a la vez que nos sugiere visitar la tienda-pocilga a la que se accede por la última puerta de la población –ésta, sin rótulo alguno- informándonos que lamenta no poder atender tan ilustres viajeros por tenerlo todo reservado.

     Pateando dicha puerta, entramos en el figón de la señá Amalia, un encantador comercio rural que nos recuerda la única tienda de un pueblo albanés especialmente retirado del centro. Una puerta lateral deja ver un comedor pequeño pero amueblado con pésimo gusto. Durante el rato –largo- que permanecemos a la espera de que la propietaria aparezca del rincón escondido de la casa en el que sin duda se encuentra, entra un grupo de cuatro o cinco vociferantes peregrinos del camino de Santiago, atestando junto a nosotros el escaso espacio disponible. La señä Amalia, emergiendo inopinadamente de algún orificio oculto tras el mostrador, levanta de golpe la vista del suelo absolutamente acojonada ante la afluencia de público y nos pregunta que coño queremos. Todos, hablando a la vez, hacemos patente nuestro bajísimo grado de exigencia y un grandísimo afán de colaboración en acomodarnos en cualquier sitio, y que tenemos hambre. Sorteando hábilmente al grupo penitente –que quede claro que hemos llegado antes- seguimos obedientes a la posadera que nos acomoda en la única mesa libre de las tres que dispone el establecimiento, la del rincón oscuro. Allí nos quedamos –unos cuarenta y cinco minutos, mas o menos- mirándonos arrobados y tomados tiernamente de las manos. Cuando aparece por fin, sin haber mediado consulta alguna, lo hace con una bandeja llena hasta rebosar de patatas fritas con pimientos verdes, huevos fritos y una multitud de ennegrecidas salchichillas de francfurt de pellejo arrugadísimo. De beber, cerveza y vino. El hambre, la espera y el temor a las consecuencias de dejar algo en la bandeja hacen que acabemos rápidamente con el contenido, abundante y un pelín aceitoso, aunque antes de dar cuenta de todo vuelve a aparecer con un taper de membrillo y lo que ha quedado de un queso servido a los anteriores comensales. Allí, a pie de mesa, nos comenta por enésima vez que ella no tiene servicio de restaurante, pero que hay que ver como son los hostaleros de la zona, que unos días atienden al personal y otros pasan de ellos, cagándose en el sector turístico en particular y en la política autonómica en general, y que nos lo comamos todo porque vete tu a saber donde y qué encontraremos de cenar. Nosotros le respondemos a dúo que desde luego, que hay que ver como es la gente y que donde vamos a ir a parar. Nos pregunta a continuación si somos peregrinos –yo solo atiendo a peregrinos, aclara-. Tona le contesta que lo nuestro es mas o menos un peregrinaje, que hace falta mucho espíritu de sacrificio, y todo eso. Viendo que respinga y da un paso atrás, a la vez que me parece ver que entrecruza los dedos tras la espalda, no me animo a pedirle unos cafés y satisfago los 16 leuros que nos pide por el yantar. Decidimos tomar café en la barra del cocineroautor. Entramos y, con don de gentes, nos sentamos ante la barra y le pedimos un par de cafés, que nos sirve con diligencia. El café es una auténtica mierda.

     Salgo del local convencido de que es uno de los mejores restaurantes en los que no comeré nunca.

     Llegados a Villablino por esta ruta soberbia, seguimos el descenso hasta Toreno, dirección Ponferrada. En este punto, para no repetir visita a tan bella capital –sería excesivo- nos desviamos por una carretera blanca que nos encara mucho mejor a la A6, por la que hacemos entrada triunfal en Astorga al caer la tarde.  


     Hospitalaria desde la entrada –abundan hostales y pensiones lejos aún del casco viejo- la apercibimos como lugar de paso y hospedaje ahora y siempre; al abrigo económico de León, todavía en tierras amables antes de adentrarse en la salvaje orografía de Galicia, previa a la necesaria travesía de los montes de León y la estribación sur de la cordillera Cantábrica, se nos hace necesidad no bajar de la moto hasta pisar el mismo corazón de la ciudad, como llevan haciendo desde siglos tantísimos recién llegados.

     Ya desde la salida de la autovía me llama la atención la cantidad de motos con las que nos cruzamos; esta cantidad, ya totalmente excesiva para el tamaño del lugar cuando llegamos al centro –un paseo con amplias aceras entre la plaza del Ayuntamiento y la del Palacio Episcopal- nos indica que algún acontecimiento motero hay. Es el domingo del Gran Premio de la Bañeza, nos aclara un paisano de mi quinta enfundado en cuero, mientras desata una ZZR un poco ajada –mas de 15.000 motos nos hemos juntado, otro año tenéis que venir a tiempo de verlo-.

     La ciudad está en fiestas, animadísima. Pese al frío –mucho-, grupos de tres, de cuatro mozas faldicortas aprietan el paso camino de los escenarios montados en las plazas. Otras cuantas optan por los micropantaloncitos, eso sí, con los taconazos impuestos este año por Zara y Bershka sin atender a latitudes ni climatologías. Es verano y es lo que toca.

     Una vez aseados y maqueados, ya de noche cerrada, nos añadimos al río de gente que deambula en todas direcciones. Ya cerrado el mercado medieval instalado en la plaza, frente al hotel, seguimos a la mayoría hasta la plaza del Ayuntamiento; un descomunal escenario con el telón todavía echado, y opuesta a él, con la monumental fachada del consistorio como fondo, una pasarela donde desfilan bajo los focos de colores unas atractivas modelos piernilargas embutidas en lo que se supone deberían haber llevado puesto las majas del lugar durante esta ya agonizante temporada de primavera-verano. Durante un rato nos quedamos contemplando el pase de trapillos, con la espereranza de obtener información de los expertos al respecto de las nuevas colecciones de ropa térmica para moto y goretexes varios, pero esto se está acabando, y nada. Nos dejamos tentar por las cristaleras de un bar de aspecto clásico, lleno de gente endomingada. Se agradece el calorcito, mira tú. Ante la fortuna de pillar la única mesita libre, decidimos homenajear la geografía del lugar: embutidos maragatos, surtido de quesos leoneses y tintos de la casa –dos por cabeza-. Ligero, nutritivo y muy reconfortante todo ello, aunque desconocía que en León se elaborara un queso azul alemán tan genuino. Mediado el segundo tinto, un fenomenal estruendo de artillería pesada en la calle parece indicar que los USA han dejado correr lo de Irak y han decidido dar un giro sorprendente a su política geoestratégica bombardeando Astorga, pero no. Se acabó el pase de modelos y, con un castell de focs francamente excesivo, dan paso a la actuación musical del megaescenario. Una nutrida sección de vientos, un percusionista octópodo, un guitarra, un bajista autista, un ingeniero aeronáutico a los teclados, una polivalente y ajamonada vocalista y dos cantantes, dos, de velluda pechuga atacan un bolero mientras se contonean todos acompasadamente –excepto el bajista, claro- con la intención de congregar al personal y subir la temperatura ambiental algún mísero grado.

     Nosotros optamos por una breve ruta cultural, que ante la temperatura ambiente hacemos más que breve, simbólica, y a una velocidad totalmente insospechada para nuestra edad y tamaño, nos vamos a la cafetería del hotel, a catar los Ballantines astorguinos.